Operación abierta


De pequeño operaba lagartijas. El patio de mi casa estaba lleno de ellas. Se escondían en las grietas de las paredes, entre las matas del jardín de la abuela o en los recovecos del lavadero. 

Cazaban unas mosquitas pequeñas, casi translúcidas, que se posaban distraídas en las ventanas sin sospechar que las acechaba un paciente reptil. Ellas tampoco sospechaban que yo estaba por allí para atraparlas, porque me quedaba muy quieto durante horas a un lado del lavadero y lanzaba la mano como un proyectil.

Una vez que la atrapaba la ponía boca arriba y le alargaba la cola para dejarla catatónica durante un tiempo. Luego hacía una incisión en su vientre con una cuchilla de afeitar y extraía con las pinzas de quitar cejas de mi hermana un bultito negro que tenían dentro. La cosía con aguja e hilo y la dejaba libre. A veces daban unos pocos pasos si salían del coma y morían irremediablemente.

Una vez quise ir más lejos en mis indagaciones quirúrgicas para ver qué había detrás de la piel humana. Mi hermana dormía boca abajo y mostraba su reluciente pantorrilla al borde de la cama. Busqué mi cuchilla de afeitar e hice una pequeña incisión en la pantorrilla desnuda de mi hermana. Salió mucha sangre. Mi hermana se despertó adolorida y cuando vió la pierna sangrante y a mi con una cuchilla en la mano se puso como una furia.

Me persiguió por toda la casa y tuve la mala suerte de resbalar en un giro del pasillo y golpearme en la frente con el bordillo de una puerta.

Me rajé la ceja y tuvieron que darme varios puntos. Esa si fue una operación en toda regla.


E.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Dos notas de sinfonía

Poesía dis-ruptiva

Ni pies ni cabeza

La tierra bajo mis pies

Deberíamos llevar salmos en los bolsillos

Escuchando la tarde